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lunes, 9 de junio de 2014

Aprendiendo...


Si algo hay cierto, es que todo tiene un comienzo y un fin, de una manera u otra, todo termina. Y con esa certeza vivimos sin darle más importancia que la lógica que eso conlleva.

Pero un día surge lo inesperado, de repente te haces mayor, y caes en la cuenta de lo que esa afirmación realmente significa.
Procesas conscientemente la realidad y entiendes que lo normal es que los hijos vean partir a sus padres, pero eso no lo hace más fácil. Es difícil ver envejecer a los tuyos y darte cuenta de que su llama se está apagando, no hay nada en el sufrimiento humano que dignifique a las personas.

Entonces te centras en el día a día, en superar los obstáculos cotidianos y demostrar todo tu cariño. En ocasiones sientes que no sabes hacerlo mejor y que no estas a la altura, o consideras que eres enormemente egoísta por pensar que necesitas tiempo para ti, ¿tiempo,  qué tiempo?, en unos meses tendrás demasiado de eso…  

Inmersa en los acontecimientos que te rodean, contemplas con claridad el amor que  tus padres se tienen, el cariño con el que se cuidan, y piensas que eso es lo que quieres para ti. En algún momento de sus vidas cambiaron sus prioridades por las nuestras y siempre han estado donde debían por nosotros. Por eso ahora, sólo queda acompañarle de la mano hasta el punto de partida de su último viaje, despedirse con un beso y dejarle marchar…

Después queda un dolor infinito, un hueco, un sentimiento de orfandad al que hay que saber darle su sitio, no tapar, ni remendar, porque está, existe, al igual que lo hizo ÉL.

Aprenderemos a gestionarlo poco a poco y llegaremos a recordar sin dolor…

Te quiero, te admiro y extraño.
Siempre, infinito...

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